El pasado vive en nosotros en forma de recuerdos, pero éstos por sí mismos no representan un problema. Son problemáticos y se convierten en una carga únicamente cuando se apoderan por completo de nosotros y entran a formar parte de lo que somos.
Debido a esa tendencia a perpetuar las emociones viejas, casi todos los seres humanos llevan en su campo de energía un cúmulo de dolor emocional, el cual Eckhart Tolle denominó “el cuerpo del dolor”. Sin embargo, podemos aprender a no mantener vivos en la mente los sucesos o las situaciones y traer nuestra atención al momento puro y sin tiempo del presente, en lugar de obstinarnos en fabricar películas mentales que solo nos hacen daño.
Todas las experiencias de dolor que no se enfrentaron y aceptaron para luego dejarse atrás, dejan rastros en nuestro cuerpo y terminan formando un campo de energía tóxica en cada una de nuestras células. Este campo de energía hecho de emociones viejas pero que continúan muy vivas en la mayoría de las personas, es el cuerpo del dolor.
El cuerpo del dolor se alimenta de los pensamientos. Los pensamientos están hechos de la misma energía de la que estamos hechos nosotros, pero vibran a una frecuencia más alta que la de la materia, razón por la cual no podemos verlos o tocarlos. Los pensamientos tienen su propia gama de frecuencias: los negativos están en la parte inferior del espectro, mientras que los positivos están en la parte superior de la escala. La frecuencia vibratoria del cuerpo del dolor resuena con la de los pensamientos negativos, razón por la cual solamente pueden alimentarse de ellos. La energía que vibra en niveles bajos es densa y pesada, esa es la razón por la cual nos sentimos tan mal cuando tenemos problemas, estamos enojados, sentimos culpa, tenemos miedo, etc. Tenemos la sensación que estamos metidos en un pantano del cual no podremos salir nunca.
Por otro lado, al cuerpo del dolor le es placentero el sufrimiento. Devora ansiosamente todos los pensamientos negativos. Es así como se establece entonces un círculo vicioso entre el cuerpo del dolor y el pensamiento. Cada pensamiento alimenta el cuerpo del dolor y este, a su vez, genera más pensamientos negativos. En algún momento, después de unas cuantas horas y hasta días, una vez que está satisfecho, el cuerpo del dolor vuelve a dormir, dejando tras de sí un organismo agotado y un cuerpo mucho más susceptible a la enfermedad.
La mayoría de los cuerpos del dolor buscan infligir sufrimiento y ser a la vez víctimas de él. En cualquiera de los dos casos se alimentan de la violencia, sea esta física o emocional. Algunas veces, los papeles de víctima y victimario quedan claramente asignados desde el primer encuentro de las personas.
Elijo vivir en el presente. ¿Qué eliges tú?
Carolina Alcázar