No Merecimiento – Parte 2

No Merecimiento II Parte

En el blog anterior compartí contigo algunas situaciones de las que me hice consciente sobre mi herida del no merecimiento mientras hacia la meditación “Deja de ser tu” de Joe Dispensa.  Te conté sobre la tristeza y dolor profundo que sentí al observar cómo había yo interpretado de injusta, la forma en la que mi mamá tomaba decisiones respecto a mí y a mis necesidades.  Desde esa perspectiva, si mi mamá era injusta, entonces yo era la víctima. Rol que protagonice a la perfección durante muchos años, tantos que duele el solo recordarlos.  

Sintiéndome víctima de mi madre, quiero enlistarte algunas de las dolorosas conclusiones a las que llegué: 

1- “Que era alguien más quien debía y podía decidir si yo merecía algo o no”.  El problema fue que esa creencia (algo que yo interprete como una verdad absoluta) que me producía tanto dolor en la niñez, la lleve conmigo a mi vida adulta y que nunca cuestione.  Me doy cuenta de que nunca la cuestione porque ya estando casada, tener que dar cuentas de adonde iba a ir, cuando y con quién, me detonaba horriblemente ese mismo sentimiento de enojo, impotencia, no merecimiento y falta de libertad que experimentaba de niña cada vez que mi mamá me negaba algo.  Y no creas que me la pasaba pidiéndole cosas, no.  No merecer y sentirme rechazada mi mente las interpretaba como que era una sinónima de la otra, por ello elegía no correr el riesgo de toparme con un NO.  El miedo a recibir una negativa lo opacaba diciéndome que en realidad no deseaba tanto aquello, que no importaba no tenerlo, que me daba lo mismo si nunca me lo compraban, y era mentira, si importaba, y si dolía.  

2- “Que tenía que esforzarme mucho para merecer, recibir o ganar la oportunidad de tener las cosas que anhelaba”.  Suspiro al escribir esto, porque me hace pensar en que cuando somos pequeñas no necesitamos hacer nada inusual o extraordinario para merecer un paseo, un abrazo, una palabra de afecto, un dulce, etc.  Porque, por el simple hecho de existir, la persona ya es alguien digna de recibir amor, aprecio, valor y reconocimiento.  Que yo decidiera interpretar “que tenía que ganármelo”, me llevo, de forma inconsciente, al perfeccionismo y la autoexigencia.  En el perfeccionismo la persona tiende a quedarse atrapada en seguir mejorando indefinidamente las cosas sin decidirse a considerarlas nunca acabadas.  La persona autoexigente es aquella a la que le cuesta aceptar la idea de que no puede hacer todo lo que se propone.  Por ello nunca se da por vencida, confunde la perseverancia con el no rendirse, eso la lleva a quedar atrapada en un círculo vicioso donde se dice frases como: «Yo soy capaz», «Yo siempre puedo», «Sé que lograré lo que deseo».

Ambas creencias: 1- Que era alguien más quien debía y podía decidir si yo merecía algo o no”. Y “Que tenía que esforzarme mucho para merecer, recibir o ganar la oportunidad de tener las cosas que anhelaba”.  Produjeron en mí dolor y mucho desgaste emocional, tomarlas como una verdad, me impedía darme cuenta de la realidad de las cosas.  El dolor que sentí ese día durante la meditación, llegó cuando pude observarme buscando sin cesar, qué debía esforzar más para poder ganarme eso que deseaba.  Pero lograrlo, no dependía de mi esfuerzo ni de mi comportamiento, dependía de los recursos económicos de mis padres, quienes me consta, hicieron todo lo que estaba en sus manos para poder satisfacer las necesidades de sus ocho hijos.  Dos a la vez como decía mi mamá.  Cuanto dolor y sufrimiento podríamos ahorrarnos si dejáramos de sentir que somos el centro del universo.

El anhelo de mi corazón al contarte estos hallazgos, es que sirvan como una invitación a que veas dentro de ti, que fue lo que interpretaste durante tus años de infancia sobre las cosas que te sucedían.  Te prometo que cuando te comprometes contigo mismo a sanar tu historia de vida (todos tenemos una) vas poco a poco haciéndote cada vez más consciente de la infinidad de conexiones en las que derivo cada una de las interpretaciones que hiciste. 

Aprendimos a relacionarnos con la vida desde nuestras historias.  No tengas miedo a experimentar cualquiera que sea la emoción que puedas liberar al contactar algún pasaje específico de tu vida.  No lo reprimas más.  Abrazar nuestras emociones es aceptar, reconocer, honrar, y abrirle un espacio a quien realmente somos, amor, expansión, plenitud, y al mismo tiempo es abrir un espacio a las necesidades propias para poder identificar lo valioso.

Estamos en constante evolución, y al ser la vida un proceso, te invito a que dediques un momento cada día a preguntarte: ¿Cómo me siento?  ¿Qué necesito? ¿Cómo me puedo proveer de esto?  

Podemos elegir disfrutar la vida, aprender de lo que nos sucede, y trascenderlo; también podemos elegir vivirla desde el sufrimiento, el dolor y desde el juicio.  La elección es nuestra.

Carolina Alcázar

Escucha el Demo

La versión del libro De Regreso a Casa en audio, leído por Carolina Alcázar.

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