Me gustaría compartirte algo sobre el análisis que hice de la interpretación que hemos dado a aquellas situaciones que hasta el día de hoy hemos considerado como problemas. Los tan mal afamados “problemas”, aprendimos a verlos como algo que debemos resolver, o al menos, buscarle una explicación. Y nos perdimos en la necesidad de encontrar esa explicación que nos satisfaga, o convenza de que no estamos equivocados sobre la interpretación que hicimos de los hechos.
Empecé este análisis, revisando en mi interior, que al final, es el único lugar en donde podemos modificar aquello que no nos gusta, y pude verificar lo que hoy comparto contigo. El siguiente paso fue, detenerme a observar, cómo solemos muchas personas reaccionar ante lo que no nos gusta, y descubrí que llamamos problema, a aquello que no coincide o encaja con las expectativas que teníamos sobre el comportamiento o resultados que esperamos de una persona o una situación.
Pude descubrir el hilo conductor, nadie nos contó que el ego o subconsciente, es quien tiene el control del modus operandi de la situación. El subconsciente, nos ha dirigido cual títeres, y en ese juego, nos lleva a no aceptar las explicaciones que nos dan, porque el ego, necesita entre otras cosas, tener la razón para poder existir. Cualquier cosa que acerque al ego a la verdad, amenaza su existencia. Por eso se genera en nosotros un círculo vicioso de falsa paz interior al hacernos creer que tenemos la razón, haciéndonos sentir que somos víctimas, que no tenemos responsabilidad alguna en el asunto, sumergiéndonos así, en el sufrimiento y la queja, mientras esperamos que la otra persona, venga, corrija su error, reconozca su “culpa” y nos pida perdón. Y por si no fuera suficiente, agrégale, que, al tomarnos las cosas de manera personal, nos sumergimos automáticamente en el sufrimiento y el resentimiento, ambos, lugares mentales aún más oscuros que el mismo problema. Una vez dentro de ese espacio, la otra persona puede venir a ofrecernos una disculpa, o a pedirnos perdón, y nosotros sintiéndonos sumamente ofendidos, nos damos el lujo de decirle: no mereces que te perdone. Y si algo malo te pasa, bien merecido lo tendrás. ¿Así, o más loco nuestro comportamiento?
Por generaciones, hemos asociado los errores nuestros y las faltas de los demás con el castigo. Mal aprendimos que la única forma de corregir es castigándonos o castigando a los demás. La buena noticia, es que puedes terminar o cortar la creencia de ese círculo vicioso. ¿Cómo hacerlo? No condenando más tus problemas, o metidas de pata, ni los de los errores de los demás. Me atrevo a decir, que la mayoría de las personas, no aprendimos a interpretar la vida de una manera más respetuosa, porque quienes nos educaron no tenían el conocimiento de los efectos que tienen nuestros juicios y condenas, ni las herramientas emocionales, para enseñarnos y modelarnos nuevos patrones de comportamiento y aprendizajes más amorosos.
En resumen, dejemos de emitir juicios y condenar, porque cuando lo hacemos, estamos pactando con la vida o diciéndole a la vida: Ahora necesito vivir una situación similar, pero desde el espacio en donde sea yo la persona enjuiciada o condenada, por alguien más. Mi propuesta, es que tengamos presente que cuando desaprovechamos “los problemas” para ver qué de ello nos pertenece, o qué nos están diciendo sobre nosotros, la vida encontrará una nueva ocasión, para ver si aprendimos ya, a hacernos conscientes de que todo lo que nos molesta, criticamos, rechazamos o enjuiciamos, es nuestro, y es en nuestro interior, donde debemos buscar la causa u origen. La persona que nos lo mostró, fue solo el mensajero, no peleemos con él. Mejor démosle las gracias por estar a nuestro servicio, y usemos la información que nos trajo para sanar.
Carolina Alcázar