El dolor emocional, está asociado a la pérdida de algo o alguien muy querido. Puede al ser muy intenso, llegar a producir sensaciones de desgarro en el cuerpo. Para poder gestionarlo, el primer paso es ser consciente de su existencia, reconociendo que nos sentimos tristes, angustiados o devastados por la pérdida. Cuando lo negamos, cuando no somos capaces de admitirlo podemos llegar a desarrollar trastornos de tipo somático.
Reconocer tu dolor emocional es sumamente importante ya que a veces el dolor que te causa una pérdida, se mezcla con dolores viejos que no recuerdas conscientemente ni tienes presente su origen; dolores de abandonos pasados, de asuntos inconclusos, de heridas no sanadas. Es como si supieras intuitivamente que lloras no sólo por la pérdida actual, sino también por otras perdidas pasadas. Llorar es una forma de desahogo indispensable en el proceso de curar la tristeza. Por favor permítete llorar cada vez que lo deseas, todo el tiempo que quieras, cuantas veces quieras; créeme que, algún día, de manera espontánea y natural, se te acabaran las ganas de llorar por eso que ahora te impulsa a hacerlo.
Es importante comprender que el dolor como cualquier otro sentimiento, no se cura evadiéndolo; es necesario que te des los espacios para sentirlo, para dejarlo estar, confiando en que encontrará su cauce y fluirá de forma adecuada.
El dolor nos acerca tanto a nosotros mismos, sólo hay que contactarlo, dejarlo estar en los momentos en que aparece.
Existen diversas formas de contactar el dolor: llorando, escribiendo o simplemente dejándolo estar; esa imagen de alguien deprimido acostado en la cama todo el día, o llorando bajo la ducha, no está mal en sí misma, a veces es sano hacer eso: darle el golpe al dolor para experimentarlo y luego dejarlo ir.
Recuerda evadir un sentimiento no significa que se irá, al contrario, se alargará el proceso del duelo. Es necesario y sano desahogarse, una buena idea para hacerlo es tener contacto con la naturaleza o meditar.
La transmutación del dolor se da en el hecho de que este sentimiento, como quizá ningún otro, nos empuja a contactar con lo más profundo de nosotros mismos y con un Ser Superior. En los instantes de profundo dolor emitimos un llamado desde el alma y con toda el alma, pidiendo consuelo y ayuda. Nos sentimos tan solos, tan abandonados, que creemos que sólo un Poder Superior a nosotros nos puede consolar.
Cada sentimiento tiene una razón de ser en nuestra vida y aporta algo útil a nuestro proceso de maduración y crecimiento. La utilidad del dolor es acercarnos a nosotros mismos y a ese Ser Superior. En ocasiones es difícil sentirnos conectados con algo superior, sobre todo cuando, aun siendo niños, nos obligaron a creer en ello bajo la amenaza de recibir un castigo, o peor aún, ir al infierno en caso de no aceptarlo.
El dolor nos acerca a esas dimensiones. Sin embargo, si lo evadimos, si no lo dejamos ser, nos corrompe y amarga el alma debido a que todo lo que no fluye se estanca, se pudre. Vale la pena experimentar el dolor y obtener todas las recompensas y regalos que nos puede traer.
Las personas que han sufrido y han transmutado su dolor, resurgen de ese abismo renovados, fortalecidos, sabios y con una gran capacidad de compasión y respeto al dolor de otros. Quienes no lo han trascendido y se han quedado atrapados en su pantano, se volverán amargados, tiranos, crueles, resentidos con la vida, a la cual consideran mala e injusta por “lo que les hizo”, y con una patológica incapacidad de comprender y respetar el dolor de otros. En las experiencias de pérdida, el dolor está ahí, no puedes evitarlo; lo único que puedes hacer es decidir si lo usas para crecer y aprender de él o para amargarte. La elección es tuya.
El dolor que no se descarga con lágrimas, puede hacer que sean otros órganos los que lloren.
Carolina Alcázar