Es común escuchar a las personas decir que “en boca cerrada no entran moscas”, cuando la verdad es que debemos entender que solo hay que aprender a quedarse callado bajo ciertos contextos. De lo contrario, hablar es necesario para aclarar conflictos y llegar a acuerdos de convivencia. Pero cuántas veces en nuestras relaciones con la idea de llevar la fiesta en paz preferimos fingir que todo está bien porque no sabemos poner límites, o porque no sabemos hacer peticiones claras y amorosas. Podemos callar también por miedo a qué nos abandonen, nos rechacen, al que dirán, elegimos no quejarnos sobre lo que está molestándonos en esa relación. Prefiriendo inclusive evadir o ignorar a la persona, como si ella fuera adivina y tuviera que darse cuenta de lo que nosotros juzgamos que está haciendo mal.
No soy el tipo de persona que tiene muchas amigas, pero las que tengo valen su peso en oro. Todas ella son mujeres con las que puedo ser vulnerable y mostrarme tal y como soy, sin miedo a ser juzgada o rechazada por no pensar o sentir como ellas sobre temas determinados. Podemos llegar a acuerdos en que no estamos de acuerdo en esos puntos de vista específicamente sin que eso dañe o lesione nuestra amistad.
Te preguntaras y entonces si ese es el tipo de amigas que tiene Carolina ¿por qué ella tendría que callar lo que siente ante alguna de ellas? Lo que sucedió “coincidentemente”, (lo encierro entre comillas porque las coincidencias no existen, es tan solo una forma usual de expresarse), empecé a vivir con dos de mis amigas una situación bastante parecida. Me pude dar cuenta que durante el último año cada vez que hablaba con ellas o me visitaban, estaban ocupadas atendiendo otros asuntos, acompañadas de alguien más o con mucho ruido de fondo. Con ambas he tenido el privilegio de quererlas y tratarlas más que como amigas, como hermanas.
Me cuestioné en una oportunidad y dije: No puede ser que con mis dos amigas más cercanas este viviendo la mismísima situación, dije: acá hay gato encerrado. Entonces si el común denominador era yo, tanto el problema como la solución también estaban en mí. No en como ellas se estaban comportando.
No sé si ya te he comentado que mi lenguaje del amor es el tiempo de calidad, eso significa que para mí pasar tiempo a solas con cada una de ellas, sin que nada ni nadie nos interrumpiera, había dado pie a poder generar entre nosotras espacios y el tiempo para profundizar nuestra amistad. Habiendo aclarado mi mente puse manos a la obra. Llamé a cada una de ellas para contarles como me estaba sintiendo y lo que estaba pensando al respecto y el por qué yo me había alejado un poco de ellas. Paso seguido fue hacer una petición clara, con el entendido que ellas podían decir si, decir no o negociar conmigo cualquier cambio a implementar en nuestra relación. Ambas se alegraron de que yo hubiera podido explicarles mi punto de vista y mi sentir y estuvieron de acuerdo en que, para futuras ocasiones, nos reuniríamos o conversaríamos por teléfono sin interruptores. Así de sencillo fue acabar con algo que ni siquiera era problema, yo estaba eligiendo quedarme callada y por aguantar mi molestia estaba poniendo en riesgo nuestra amistad.
Carolina Alcázar