Tuve la oportunidad de recibir en el chat de WhatsApp que tenemos con las amigas que aún conservo del colegio, un video del cuál desconozco el nombre autor, aunque pude observar en una de las imágenes presentadas en el video, que aparece el nombre Albert Espínola, quien quiera que seas Albert, gracias por recordarnos la importancia de educar y formar hijos sanos emocional y socialmente.
Me pareció tan bueno el recordatorio que consideré importante compartirlo con ustedes por la riqueza que tienen esas reflexiones. Entiendo y comprendo que todo evoluciona, que éste este tiempo es muy diferente a aquel en el que nos educaron a los que tenemos en la actualidad 50 años o más, y que, aunque es totalmente diferente en cuanto a moda, tecnología, avances médicos, etc. También me queda claro que educar a los hijos con valores, disciplina, amor y respeto sigue estando vigente si queremos forjar en ellos carácter, autocontrol, responsabilidad, que aprendan a establecer normas y límites, que sepan valerse por sí mismos, y que se puedan enfrentar a nuevas situaciones sintiéndose capaces de poder enfrentarlas. Estoy convencida que educarlos de esta manera será el mejor regalo que podamos darles.
A continuación, comparto contigo lo que el mensaje decía textualmente:
Muchos adolescentes de hoy maltratan a sus padres y profesores con facilidad. Viven en una anarquía total que les hace creer que son los dueños de este mundo. Viven en la cultura del “todo fácil” y del “no esfuerzo”. De que las cosas no cuestan. Y en la cultura de que ellos solo tienen derechos y no obligaciones.
Antes se agradecía por la comida que los padres ponían en la mesa. Hoy se quejan si no les gusta el menú que se les ofrece. Antes los jóvenes tenían un tiempo limitado para ver televisión y apenas dos canales y se respetaban sin rechistar los horarios, cuando los padres querían ver sus programas favoritos. Hoy tienen todo a su alcance y poco o ningún control de tiempo o contenidos.
Antes había espera. Hoy lo tienen todo al alcance de un solo click. Antes se jugaba más en la calle. Se compartía y se aprendía de los demás. Hoy se encierran en sus cuartos, en su mundo, en su egocentrismo elevado y creen que lo saben todo. Y de ahí ven a los demás por debajo del hombro. Antes respetaban al profesor. Hoy se ríen de él y su forma de vestir. Antes eran castigados cuando se portaban mal en la escuela. Hoy son idolatrados por los amigos, y creen solo en el poder que tienen y que las leyes los amparan.
Los jóvenes de antes tenían horarios y obligaciones. Hoy tienen el libre albedrío al alcance de sus deseos. Antes los padres controlaban lo que hacían, donde iban y con quién se juntaban. Hoy los padres ignoran todo eso. Condenados a jornadas de trabajo interminables por el afán de ganar más y más. Antes había para los hijos horarios de vuelta a casa. Hoy la vuelta a casa es de elección. Antes los jóvenes tenían largas pláticas con el papá o la mamá. Hoy apenas un “hola”, o un “adiós, ya vendré más tarde”. Antes se respetaba al padre o la madre, bajo todo concepto. Hoy solo respetan e idolatran a famosos cantantes o a los influencers que siguen como si fueran dioses.
En resumidas cuentas, los jóvenes de hoy no dejan de ser víctimas de la misma sociedad y de la cultura en la que vivimos. La cultura del “ya” y el “yo decido” sin importar nada ni nadie.
Debemos ayudar a nuestros jóvenes, enseñarles qué es el esfuerzo y por qué cuesta tanto conseguir las cosas, poniéndolos a ellos mismos, a probar acerca de estás tareas. Darles menos y hacerles lograr más. Darles la red de pesca y no el pescado ya capturado. Hablarles más de los horarios y las obligaciones que se deben realizar todos los días.
Debemos ayudarlos con el ejemplo, dándoles más tiempo de amor y de amistad, de calidad. Debemos aprender a estar con ellos, no sólo a tenerlo en casa, porque debemos cuidar de ellos. Es muy diferente tener a tu hijo en casa que estar con tu hijo en casa. El tiempo que les brindamos de calidad es muy importante, ya que con el podemos forjar personalidades, pilares y de mucha fuerza de voluntad. Personalidades respetuosas y bien estructuradas.
Menos juegos y pantallas y más actividades con la familia. Debemos empujarlos más para que aprendan a vivir la vida de verdad y menos darles la manita para que crean que el mundo allá afuera es tan fácil. Debemos dejar de pensar en esa frase de: “Hoy les damos todo y ya de mayores la vida misma les enseñara”. Porque si de jóvenes no ven la realidad, cuando lleguen a la edad adulta solo les esperará frustración, fracaso e insatisfacción. Y por supuesto, e incluso adicción. No criemos monstruos inútiles, sino jóvenes fuertes y valiosos que saben lo que les espera en esta vida, que saben lo que les espera allí afuera, menos fantasía y más vida real.
Carolina Alcázar